Las caídas son una de las situaciones de riesgo que más preocupan a la población mayor, por su elevada frecuencia y por el impacto que pueden causar en su estado de salud y en su desempeño en las actividades de la vida diaria. La tecnología puede jugar un papel de especial relevancia en la prevención y detección de este fenómeno, al permitir actuar sobre diferentes factores de riesgo al mismo tiempo, ofreciendo a la persona y a su entorno una mayor seguridad y tranquilidad. Para ver le detalle de esta intervención dentro de de GERIA-TIC accede a la página de Intervención en la vertical de prevención y detección de caídas
Tras la revisión de la bibliografía sobre la presente temática, se ha observado que las caídas están consideradas en la mayoría de los estudios como “cualquier acontecimiento que precipita al individuo al suelo en contra de su voluntad”. (Casas, Martínez, & Alonso, 2011). Otros investigadores, como los expertos del grupo PROFANE (Prevention of Falls Network Europe) han proporcionado recientemente una nueva definición de la caída: “aquel suceso inesperado en el cual el sujeto va a parar al piso, al suelo o a un nivel inferior”. (Hauer, Lamb, Jorstad, Todd, & Becker, 2006). Sin embargo, y algo que llama especialmente la atención es que, si la persona cae encima/contra una mesa, mesita, pared o cualquier superficie que no implique tierra, no está considerado como una caída. Quizás no sea un criterio propio de definición para considerarlo una caída, pero igual hay cierta necesidad de considerarlo como un factor de riesgo que puede llegar a provocar una caída.
No obstante, existen algunas definiciones que se aproximan a lo anteriormente planteado. Por ejemplo, la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) define la caída como aquel “acontecimiento involuntario que hace perder el equilibrio y dar con el cuerpo en tierra u otra superficie firme que lo detenga”. (Pellicer García et al., 2015)
Las caídas representan un fenómeno negativo de gran importancia en la geriatría debido a la elevada frecuencia con la que tienen lugar, y el gran riesgo de lesiones secundarias asociadas a ellas. Así mismo, constituyen una de las principales causas de lesiones, incapacidad e institucionalización, por lo que están consideradas como un marcador de fragilidad en la persona mayor, y forman parte tal vez del prototipo más característico de los llamados síndromes geriátricos. Son tanto la consecuencia como la causa de diversos trastornos, pudiendo llegar incluso a suponer una causa de defunción para la persona, bien de forma directa o a través de sus complicaciones mórbidas. (Formiga, 2009; Lázaro del Nogal, 2009)
Las caídas en los ancianos son percibidas, tanto por la sociedad en general como por las propias personas mayores, como una parte normal del envejecimiento, por lo que representan un problema infradiagnosticado. Sin embargo, las caídas constituyen el primer motivo por el cual las personas mayores acuden a las consultas de urgencias hospitalarias de traumatología, y la tercera causa de consulta de urgencias en un hospital general. (Fundación Mapfre, 2008; Varas-Fabra et al., 2006)
En todo paciente que se cae, se debe valorar: a) las causas y los factores de riesgo de las caídas, b) el riesgo de nuevas caídas c) el riesgo de presentar lesiones severas tras una caída. (Lázaro del Nogal, González-Ramírez, & Palomo-Iloro, 2005)
Alrededor del 10% de las caídas que se producen en los ancianos se atribuyen a enfermedades agudas o crónicas. Algunos síndromes geriátricos como el deterioro cognitivo, la incontinencia urinaria o la polifarmacia también contribuyen al aumento de caídas entre la población mayor. (Lázaro del Nogal, 2009). En relación a esto, se ha comprobado, a través del estudio de algunas investigaciones, que el deterioro cognitivo se relaciona directamente con el hecho de producirse una caída. En las últimas décadas, se ha profundizado en demostrar la evidencia de esta asociación, comprobándose que algunos dominios de la cognición como son la atención, la función ejecutiva y los tipos de memoria son realmente relevantes para la regulación correcta de la marcha. Así mismo, las alteraciones de la marcha se pueden comportar como marcadores diagnósticos de demencia. En el deterioro cognitivo leve y la demencia, incluso en estadios precoces y sin presentar otros signos neurológicos, el riesgo de caída está aumentado, siendo la incidencia de caídas dos o tres veces mayor. (Casas et al., 2011)
El temor o miedo a caerse se puede considerar como una respuesta protectora a una amenaza real, previniendo a la persona mayor a la hora de iniciar actividades que presenten alto riesgo de caída. Esta reacción ante las posibles caídas conlleva a la restricción de las actividades, que a largo plazo resultará en un efecto adverso en los planos social, físico y cognitivo. (Alcalde, Duems, & González, 2010)
El miedo a las caídas provoca en la persona mayor ansiedad e incluso inhibición social, restricción y dificultades en el desempeño de las actividades cotidianas, exceso de incapacidad y dependencia, y restricción de la actividad física. Todo esto desencadena en un condicionamiento de la persona al aumento del miedo a caerse; es decir, las caídas y el miedo a caerse se relacionan fuertemente entre sí, siendo cada uno de ellos un factor de riesgo del otro. (Párraga Martínez et al., 2010)
En diversos estudios se ha evidenciado que el miedo a caerse se presenta tanto en las personas que presentan un historial de caídas previo, como en aquellas que no han presentado una caída previamente, por lo que se señala como una entidad frecuente entre las personas que viven en la comunidad. (Alcalde et al., 2010; Montorio Cerrato, Izal Fernández De Trocóniz, & López López, 1998). Tinnetti et al lo describieron como una consecuencia de la caída que en último término limita la realización de las actividades diarias, mientras que otros autores lo han definido como la pérdida de la confianza de la persona mayor en su sentido del equilibrio. (Alcalde et al., 2010)
En cuento a los factores de riesgo, se relacionan directamente con el miedo a caerse factores como: vivir solo, la obesidad, el deterioro cognitivo, la depresión y la alteración del equilibrio y la marcha.
Relacionado con el miedo a caerse destaca el término “fobia espacial”. Se trata de un síndrome pseudoagorafóbico que se caracteriza por un miedo a caer cuando no se cuenta con apoyo visoespacial y se acompaña de reacciones de recuperación inapropiadas. Es muy frecuente en aquellas personas que han sufrido una caída que le ha ocasionado temor, una deambulación incorrecta y alteración de los movimientos. (Montorio Cerrato et al., 1998)
Los factores de riesgo de las caídas sufren variaciones en función de la situación médica y funcional que presente la persona que se cae, así como de las características del entorno en el que tenga lugar la caída. Los factores causantes de una caída pueden ser intrínsecos (relacionados con el propio paciente) o extrínsecos (derivados de la actividad o del entorno). (Lázaro del Nogal, 2009)
Algunos estudios epidemiológicos atribuyen la mayor parte de las caídas a causas como accidentes, problemas relacionados con la marcha y el equilibrio, debilidad y mareo. Las caídas raramente son consideradas como verdaderos “accidentes”, ya que son el resultado de las interacciones entre peligros medioambientales o actividades peligrosas, con la susceptibilidad de la persona mayor a la edad y a la enfermedad. (Rubenstein & Josephson, 2005)
En la mayoría de los estudios, las caídas se relacionan principalmente con los siguientes factores de riesgo: tener mayor edad, ser mujer, estar viudo/a, no tener estudios, presentar dificultades en la movilidad, consumir un mayor número de fármacos y tener un peor estado de salud percibido. (Fundación Mapfre, 2008)
Así mismo, un trabajo reciente que tenía como objetivo identificar el valor pronóstico de los diferentes factores de riesgo, concluyó que la historia previa de las caídas y las alteraciones de la marcha y el equilibrio constituyen los factores de riesgo más importantes a la hora de predecir caídas de repetición. (Ganz, DA, Bao Y, Shekelle PG, 2007)
Las caídas representan a nivel mundial una causa importante de pérdida funcional, ingresos precoces en residencias sociosanitarias y el aumento de morbilidad y mortalidad entre las personas mayores. En cuanto a la esfera psicológica, son destacados los efectos negativos: pérdida de seguridad en sí mismo, miedo o ansiedad ante la posibilidad de una nueva caída. Por otro lado, las caídas ocasionan también consecuencias económicas para las administraciones públicas, aumentando tanto los costes en la atención sanitaria, como de apoyo social para el cuidado de los pacientes. (Da Silva-Gama & Gómez-Conesa, 2008; Varas-Fabra et al., 2006)
Tal y como se ha mencionado anteriormente, el síndrome del temor a caerse puede provocar en la persona mayor institucionalizada o residente en la comunidad restricciones en la participación de las actividades, pérdida de la confianza en sí misma para deambular con seguridad, decadencia funcional, depresión y sentimientos de desamparo, conllevando todo esto al aislamiento social. (Rubenstein & Josephson, 2005)
Investigaciones realizadas en el Reino Unido, los EE.UU. y Australia muestran la carga económica sustancial que las caídas en las personas mayores suponen para los servicios sociales y de salud. Moller estimó que, a medida que la población envejezca, los costos totales de salud correspondientes a las lesiones que ocasionan las caídas en personas mayores de 65 años, se triplicarán aproximadamente en los próximos 50 años, lo que implicará el aumento de ingresos de usuarios tanto en el ámbito hospitalario como en el geriátrico. (McClure, Turrer, Peel, Spinks, & Eakin, 2008)
El costo estimado de los pacientes hospitalizados en la Queensland (basados en 465.530 días ocupando una cama) era de 289,6 millones de $ en 1997 y 1998. De eses, 145 millones de $ se debían a caídas. Solamente las caídas en las personas mayores representan la mitad de los costos hospitalarios de las lesiones. Por otro lado, aproximadamente 212.000 fracturas de cadera ocurren cada año en los Estados Unidos entre adultos mayores de 65 años. La mitad de los hospitalizados no pueden regresar a su hogar o vivir independientemente después de la ocurrencia de la fractura. Los costos directos no incluyen las consecuencias a largo plazo de estas lesiones, tales como la discapacidad, una productividad disminuida o una calidad de vida reducida. Los costos actuales del tratamiento de un caso de fractura de cadera en Australia son de alrededor de 20 000 $ a 50 000 $. (McClure et al., 2008)
Los adultos con discapacidad motora que reciben el alta hospitalaria y no son derivados a los servicios de rehabilitación comunitaria, tienen un riesgo extremadamente alto de sufrir caídas, pérdida de calidad de vida relacionada con la salud y participación muy limitada en las actividades de la vida diaria durante el próximo período de seis meses. (Haines et al., 2009)
La mayoría de los estudios epidemiológicos estiman que, 1 de cada 3 personas mayores de 65 años que viven en la comunidad se caen al menos una vez al año, y el 15% de ellas caerán como mínimo dos veces al año, incrementándose progresivamente el número de caídas con el aumento de la edad de la población. Esta prevalencia de caídas supera el 50% cuando hablamos de personas con una edad igual o superior a los 80 años. Se estima además que de las personas mayores que se caen, al menos la mitad de ellos se volverá a caer en el año siguiente a la última caída. (Fundación Mapfre, 2008; Lázaro del Nogal, 2009; Varas-Fabra et al., 2006)
Centrándonos en España, algunos estudios estiman que la incidencia de personas mayores de la comunidad que sufren caídas es aproximadamente entre el 30% y el 35%. Estos son porcentajes similares a los de otros países, en los cuales tal y como se ha mencionado anteriormente, más de un tercio de los mayores de 65 años presentan una caída anual, y en la mitad de los casos las caídas son recurrentes. A pesar de estas estimaciones, algunos estudios afirman que en España se dispone de pocos datos acerca de las prevalencias, incidencias y determinantes de las caídas en mayores. (Párraga Martínez et al., 2010)
Cuando hablamos de personas mayores que se encuentran institucionalizadas, es importante destacar el elevado porcentaje de ancianos que presentan caídas. Algunos estudios estiman que el 57% de los varones y el 56% de las mujeres caerán una vez al año, y la mitad de los que se caen lo hacen de forma repetida, con una incidencia aproximada de 1.5 caídas/año. (Formiga, Ferrer, & Duaso, 2006; Neira Álvarez & Rodríguez-Mañas, 2006; Silva Gama, Gómez Conesa, & Sobral Ferreira, 2008)
Los porcentajes de incidencias de caídas que se han encontrado en España coinciden con los indicados por otros estudios internacionales, siendo la incidencia en instituciones españolas ligeramente más baja que en las instituciones extranjeras. (Silva Gama et al., 2008)
Se ha llevado a cabo un estudio en tres zonas básicas de salud en Córdoba durante el año 2006, en donde se ha comprobado que la prevalencia de caídas representaba el 31.78% (IC del 95%, 26,99-36,6%), y un 12.98% ha sufrido más de una caída en el último año. (Fundación Mapfre, 2008; Varas-Fabra et al., 2006)
Otro estudio, llevado a cabo en dos ciudades de Cataluña durante el año 2003 concluyó que la prevalencia de caídas en personas de 70 años o más era del 28.9% (IC 95%: 25,8 – 31,9). Por otro lado, el trabajo prospectivo llevado a cabo por Salvá et al en Mataró en el año 2004 estimó una tasa de incidencia de 46 caídas/100 habitantes/año, datos muy similares a los obtenidos en el Proyecto Falls (Universidad de Murcia). El Programa DADO (Detección de Accidentes Domésticos y de Ocio) señala que, en el año 2004, el 11.49% de las personas de 65 años o más han sufrido algún tipo de caída. (Fundación Mapfre, 2008)
Días Grávalos et al realizaron un trabajo de investigación en el que se incluyeron a 203 interinos mayores de 65 años con capacidad mantenida para la deambulación y se siguieron durante un período de 18 meses. Se ha comprobado una incidencia de caídas bastante elevada, siendo importante resaltar que el 21.7% de las personas han sufrido caídas de repetición. (Formiga, 2009)
Existen numerosos estudios que se centran en el estudio de la prevalencia de caídas en personas mayores en el ámbito residencial, existiendo muy poca bibliografía científica sobre la población de la comunidad. Esto indica una necesidad de ampliar los estudios sobre las caídas de los ancianos en la comunidad, de forma que se pueda conocer una prevalencia real sobre este tipo de población. (Pellicer García et al., 2015)
El temor a caerse en las personas mayores tiene una prevalencia que se sitúa entre el 10% y el 60%, y tal y como se ha comentado anteriormente, puede afectar tanto a personas que ya han sufrido una caída previamente (20%-39%) como a aquellos que nunca han caído, en los cuales la prevalencia es algo menor (23%-30%). Así mismo, tiene una mayor prevalencia en mujeres que en hombres, y en edades más avanzadas. (Alcalde, Duems, & González, 2010; Párraga Martínez et al., 2010)
En varios estudios se ha comprobado que, entre el 30% y el 70% de las personas mayores reconocen tener miedo a las caídas cuando cuentan un historial previo de las mismas. Así mismo, diversos estudios indican que la prevalencia del miedo a caerse es mayor en los más ancianos, en las mujeres, en los que tienen historial de caídas previo y en los que presentan dificultades en el equilibrio, deterioro cognitivo o bajos ingresos económicos. Un 25% de las personas de edad más avanzada tiene la percepción de tener una mayor facilidad para caerse, mientras que la mitad de ellos manifiesta un gran temor a caerse. Estas son cifras superiores a las halladas en otros estudios de investigación, como el realizado en Estados Unidos por Body y Estevens, en el cual el 36% de las personas mayores de 65 años tenía moderado o mucho miedo a caerse, u otros estudios en los que las cifras oscilan entre el 35% y el 85% (Párraga Martínez et al., 2010). Los autores Varas-Fabra et al y Párraga et. al obtuvieron porcentajes del miedo a nuevas caídas entre el 44.7% y el 49.4%, prevalencias muy similares a las anteriormente comentadas. (Párraga Martínez et al., 2010; Varas-Fabra et al., 2006)
Cuando una persona se cae, es importante conocer cuáles fueron las circunstancias de la caída, con vistas a una posible intervención para la prevención de la tasa y el riesgo de las mismas. Por tanto, es importante recabar información como: conocer el número de caídas en los últimos 3-6 últimos meses, lugar en el que se produjo la última caída, iluminación del lugar en el que se produjo el accidente, condiciones del suelo, presencia de algún objeto o animal que favoreciera la caída, actividad que estaba realizando la persona en el momento en el que cayó, síntomas que han acompañado a la caída, consecuencias de las caídas previas (físicas: fracturas, y contusiones, psíquicas: miedo a volver a caerse; cambios en el ámbito social).
Datos importantes para un correcto tratamiento de las caídas son también el conocer datos sobre el cuidador principal (si lo hay), las características interiores y exteriores de la vivienda, así como los recursos sociales de los que dispone la persona.
(Salvá, Bolivar, Lucas, & Rojano-Luque, 2005; Tinetti, 1986)
Escala heteroadministrada, indicada para la detección del riesgo de caídas en personas mayores durante el año siguiente a su aplicación. Consta de 22 ítems, y se divide a su vez en dos subescalas: equilibrio estático y equilibrio durante la marcha. Se cumplimenta en un tiempo variable entre 8 y 10 minutos, y antes de comenzar con la evaluación se le pregunta al usuario si tiene miedo a caerse, ya que se ha comprobado que una respuesta afirmativa tiene un valor predictivo del 63%, y del 87% si se trata de personas mayores con un grado apreciable de fragilidad.
La persona que evalúa se debe situar siempre detrás de la persona mayor que está siendo evaluada, solicitando que responda progresivamente a las preguntas.
El test consiste en hacer deambular a la persona mayor en recorridos de ida y vuelta, comprobando si hay algún tipo de vacilación al iniciar la marcha, si hay un desvío de la trayectoria rectilínea, si se pierde el paso o el equilibrio, como se hace el giro para realizar el camino en sentido contrario, y la capacidad de caminar normalmente a pesar de los obstáculos encontrados en el camino.
El evaluador permanece de pie junto a la persona mayor (enfrente y a la derecha).
Para la realización del test del equilibrio se necesita una silla sin brazos apoyada en la pared, con la cual se le pide a la persona que se siente y se observa su comportamiento: se debe comprobar si la persona se sienta con normalidad y sin necesitar ayuda o, por el contrario, se deja caer fuera del centro de la silla; si se mantiene la posición erguida sin problemas o se pierde el equilibrio, bien hacia un lado o bien hacia delante.
Se hace el mismo análisis del comportamiento de la persona mayor cuando se le pide que se levante de la silla: si lo puede hacer sin ayuda, cuantos intentos necesita antes de conseguirlo y si se balancea al realizar el esfuerzo.
También se debe evaluar el equilibrio inmediato al ponerse de pie: si se tambalea, si mueve los pies, si se apoya en algún producto de apoyo (bastón o andador), o si por el contrario se mantiene totalmente estable.
Cuando la persona se encuentra de pie, se le pide que cambie el peso de un pie a otro, comprobando la forma en que se mantiene el equilibrio. Posteriormente, el evaluador propicia un pequeño empujón a la persona mayor (siempre de espaldas a la pared) y se vuelve a comprobar si se mantiene el equilibrio o, por el contrario, el anciano se cae o da algún paso hacia atrás. Se hace lo mismo en posición tándem y semitándem, al agacharse o al ponerse de puntillas o apoyar el peso sobre los talones.
(Edwards et al., 2016; García-Pastor & Álvarez-Solís, 2014)
La prueba de Romberg es una maniobra clínica, enfocada a la búsqueda de ataxia sensitiva como la causa sindromática en aquellos pacientes que presentan alteraciones en el equilibrio y la marcha. El verdadero significado del test de Romberg es que pone a prueba la integridad funcional de toda la vía propioceptiva, llamada en conjunto sistema del funículo dorsal o sistema del lemnisco medial. La prueba es muy valiosa si se lleva a cabo de forma muy meticulosa y es interpretada adecuadamente.
(Mathias, Nayak, & Isaacs, 1986; Podsiadlo & Richardson, 1991)
El test “Get up and go” fue diseñado como una herramienta de cribado para detectar alteraciones en el equilibrio. En esta evaluación, la persona debe levantarse de una silla con reposabrazos, caminar una distancia de tres metros, hacer un giro sobre sí mismo, retroceder los tres metros caminados y volver a sentarse en la misma silla, utilizando bastón o cualquier otra ayuda si la utiliza normalmente.
(Wang, Skubic, Abbott, & Keller, 2011)
Evaluación cuantitativa y objetiva de los giros de 180º en el hogar como parte de una herramienta de evaluación más del equilibrio, la estabilidad y el riesgo de caídas.
Se representa la silueta del cuerpo humano mediante una reconstrucción tridimensional del voxel. Se llevan a cabo pruebas estándar del Timed Get Up and Go para evaluar los giros de 180º.
Dar un giro es una tarea realizada frecuentemente por los adultos mayores durante las actividades de la vida diaria que les permite llevar una vida independiente sin riesgos sustanciales de lesión. La alteración de la capacidad de girar aumenta el riesgo de caídas y, como consecuencia, las lesiones por caídas.
La acción de girar provoca la pérdida de equilibrio en todos los trastornos de la marcha. El giro de 180º realizado en el trayecto de 3 m de la prueba Timed Up and Go (TUG) es un candidato natural para evaluar las vueltas.
(Hurvitz, Richardson, Werner, Ruhl, & Dixon, 2000; Lázaro del Nogal, González-Ramírez, & Palomo-Iloro, 2005)
Test cuyo objetivo es medir la duración máxima del equilibrio que tiene la persona manteniéndose sobre un solo pie, sin contar con apoyos y sin separar los brazos. Se permite hasta un total de cinco ensayos, y la duración máxima de la prueba es de 30 segundos.
El evaluador se debe colocar al costado de la persona, de lado de la pierna que actúe como apoyo. Se registra el resultado del primer intento, si el tiempo logrado es igual o superior a 5 segundos (a partir de los 60 años, el paciente debe permanecer como mínimo 5 segundos con los ojos cerrados). En caso contrario, se registra el mejor tiempo que se consiga en tres intentos.
(Berg K, Maki B, Williams Jl, Holliday P, 992; Wood-Dauphinee S, Berg K, Bravo G, 1997)
Es una escala desarrollada en 1989 con el objetivo de cuantificar el estado funcional del equilibrio en las personas mayores durante las actividades funcionales. Está formada por 14 ítems, cada uno de los cuales puntúa entre 0 y 4, y sus puntuaciones totales pueden variar desde el 0 (equilibrio gravemente afectado) hasta 56 (equilibrio excelente). En la actualidad, está considerada como uno de los mejores test para la evaluación clínica del equilibrio. Se puede consultar en el Anexo III.
El evaluador tiene la función de calificar el desempeño de la persona en cada una de las 14 tareas con las que se tiene que comprometer. Las tareas ejecutadas representan aquellas actividades diarias en las que se requiere equilibrio: algunas se evalúan en función de la calidad con la que se ejecutan, mientras que otras se evalúan por el tiempo que necesita la persona para completarla.
(Duncan, Weiner, Chandler, & Studenski, 1990)
Es una prueba que mide la distancia a la cual llega el individuo con su brazo extendido hacia delante, mientras permanece en posición de bipedestación manteniendo una base de sustentación fija. Es un test que se ha validado como predictor de caídas de repetición. Se puede utilizar como método de valoración del riesgo de caídas, además de tener utilidad en la detección de deterioro del equilibrio, cambios en el rendimiento del equilibrio en el tiempo, y en el diseño de ambientes modificados para las personas adultas con deterioro.
El objetivo que persigue la evaluación multidimensional es la identificación de los factores de riesgo de las caídas para el planteamiento de intervenciones que permitan reducirlos. La evaluación multidimensional será integral (idónea para personas que presentan alto riesgo de caídas: caídas recientes o muchos factores de riesgo que las propician) o específica (personas que presentan riesgo medio de caídas: generalmente e edades avanzadas y residentes de forma independiente en la comunidad). De forma habitual se implementa por medio de un equipo multidisciplinar en clínicas, hospitales de día y residencias, o por medio de enfermeros y terapeutas ocupacionales en clínicas y el propio domicilio de la persona usuaria. Tras la evaluación se planifica y se lleva a cabo un plan terapéutico detallado. (Rubenstein & Josephson, 2005)
Método para la recogida exhaustiva de datos acerca de las circunstancias en las que tuvo lugar la caída, así como los factores de riesgo que las propician
(Lázaro del Nogal et al., 2005)
La posturografía es una técnica muy útil de reciente instauración, cuyo objetivo es identificar a personas que presentan riesgo de caída. El posturógrafo cuantifica la posición del centro de gravedad corporal y su desplazamiento u oscilaciones corporales en relación con la vertical (estabilidad estática). Cuantifica también la relación entre las fuerzas horizontales y verticales ejercidas para mantener el equilibrio en cada prueba, con la determinación del tipo de estrategia postural utilizada.
Las pruebas más conocidas para la evaluación de la posturografía estática son las siguientes:
(Australian Commission on Safety and Quality in Healthcare, 2009; Tinetti, 1986; Tinneti ME, 2003)
El POMA es una escala de evaluación que estudia de forma sistemática la marcha y el equilibrio en mayores no institucionalizado, con una duración aproximada de 10-15 minutos. Dicha escala de evaluación consta de dos subescalas evaluadas individualmente, y que constan de 16 ítems: POMA-G (para la evaluación de la marcha) y POMA-B (para la evaluación del equilibrio).
(Rozzini R, Frisoni GB, Bianchetti A, Zanetti O, 993)
Evalúa múltiples dominios de la función física mediante la observación del desempeño de la persona en diferentes actividades de la vida diaria, utilizando diferentes grados de dificultad.
(Australian Commission on Safety and Quality in Healthcare, 2009)
Es una escala de evaluación que proporciona información sobre el nivel de preocupación en el desempeño de las actividades de la vida diaria
Una vez analizada la situación se creó un programa de intervención dentro del proyecto. Para ver le detalle de esta intervención accede a la página deIntervención en la vertical de prevención y detección de caídas
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